Los sentimientos, ¿existen?
Sentir no es lo que uno piensa; eso es pensar. Por eso hay que, por decirlo así, despensar un poco la idea de los sentimientos, para aproximarse un poco a su sensación, o sea, a sí mismos (Fernández, 2000).
Un sentimiento es el aviso de que algo sucede, de alguna manera, en alguna parte, demasiado cerca, definición ésta que también se puede aplicar a lo desconocido. Podemos sentir amor, dolor de muelas, ganas de marcharnos, la música, pasos en la azotea, cansancio, que alguien nos está mirando, el olor a café, que el ambiente está tenso, que una idea es equivocada, que el otro ya no nos quiere.
Parecería que "sentir" es el verbo que se emplea para informar que hubo una sacudida de la realidad (Fernández, 2000).
Cuando se habla de sentimientos, se piensa en palabras típicas como el amor, el odio, el hastío, la alegría, la desesperanza, la compasión, el rencor, la soledad, el perdón o el remordimiento. Para empezar, tales fenómenos no existen. Existen ciertamente las palabras, que son de lo más socorridas, pero éstas carecen de contenido afectivo o de correspondencia con hecho alguno; por eso nadie ha podido decir en qué consiste el amor. Los nombres de los sentimientos son las maneras de llamarle a algo que no se puede llamar de ninguna manera. Por eso se oyen protestas del tipo "¿a eso le llamas amor? (Fernández, 2000).
La gente, cuando siente algo o le incomoda o le distrae, intenta determinar la que está sintiendo: no sabe si aquello es amor, simpatía, soledad o mera primavera, y cuando, tras alguna deliberación, concluye que se trata de los primero y se lo comunica al interesado, al psicoanalista o a sus colegas, éstos pueden deliberar o concluir otras cosas, como que se trata de egoísmo, ternura maternal, caridad, posesividad, inercia o, en efecto, la primavera. Lo interesante es que todos los nombres son correctos, de donde ha aparecido la novedosa solución de la ambivalencia: es amor pero también es odio.
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